Un cliente cualquiera


Era un cliente casi como cualquiera, él también iba a tomar café por las tardes a la cafetería, él también tenía algo de soledad y tiempo de sobra, pero él, como otros no, de vez en cuando iba a verme a mí, cajera de supermercado. 

Eran los años de alsuper, de Sergio González y su amor de "hermanos" con regalos, rosas y suspiros de por medio; de no pensar, igual que ahora, en un futuro más allá de la hora de salida, de preocuparse de todo menos del tiempo y el porvenir. 

Alfredo, el cliente, mi cliente me dijo una vez, tenía otra idea del tiempo, viudo y padre solo, trabajador y cocinero, serio y con el mismo calzado que mi papá, esperaba no terminar solo la vida, a mí, como siempre, eso no me impactó. 

La última vez que lo vi, hace quince años, antes de que cerraran esa cafetería, se plantó ante mí y me dijo de la nada "un día voy a casarme con usted, ahora no por su bebé", y yo que no le había dicho aún a nadie de mi embarazo me quedé helada, quizá por eso intercambié celulares con él. 

De vez en cuando me llamaba para decirme que, no sé por qué, me quería mucho, hasta que perdí el número del celular cuando se acabó el plan y no lo renové. Quise llamarle algunas veces, pero el no saber qué decirle me enmudeció. 

En silencio me decía que si era el destino verle de nuevo, ahí estaría, a la mano, a mi alcance, en una mesa de Galerías, su nuevo punto de reunión, donde todas las tardes se encuentran los señores llenos de tiempo libre y recuerdos, para tomar café o leer el periódico, o aparecerse de pronto por el departamento de discos, curiosamente buscando el mismo artista que uno, luego de 15 años, de arrugas y kilos, del mismo miedo de toparse con un tipo tan decidido y quedar en silencio, aunque con la convicción de que si antes quería casarse con una veinteañera, ahora seguramente querrá hacer lo mismo...

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