Pasos impares


PASOS IMPARES

Cuando quiero escribir, simplemente me limito 
a bostezar imágenes, maldormir instantes,
y esperar que se haga de noche en mi habitación 
entre irrealidad y desamparo.

En un reino octosilábico habito un palacio
de cartón; mis rimas, tan forzadas como siempre,
tan mediocres como nunca, me dejan conforme,
lo cual es suficiente para mí.

Nunca me lo he planteado así, pero quizá me 
dedique a derramar tinta por no querer gastar 
saliva; desnudo de los miedos para abajo,
me pierdo en los atajos de la vida.

Persigo el dulce amor de las derrotas sonriendo
ante recuerdos suicidas que buscan llamar la 
atención, encuentro lo infinito a la vuelta de
la esquina, en un jardín sin flores.

Mis silencios pecan por soberbios; ocasos que
besan vagamente los labios equivocados,
me enfrento al papel portando adjetivos que evito
nada más empezar a expresarme.

Y eso es mi poesía, un impreciso sabor a 
nostalgia, un conjunto de nuncas que osan salir 
a caminar con obscenidades de etiqueta,
con pasos impares y vencidos.

Confieso que a veces me detengo demasiado
en el relato furtivo de un país de lobos
sueltos, lagrimeando por un futuro que no 
llega ni siquiera a pesadilla.

Húesped del cuerpo que me ha tocado, arena
en la inmesidad de la vida, siempre dedico 
renglones a hacerme preguntas inoportunas,
pisando cristales por deporte.

También deshojo en forma de caricia, crónicas
de los inviernos inhóspitos en el pabellón
de los sentimientos, condenados a contemplar
constelaciones de soledades.

Resumiendo y sin extenderme en tantos detalles,
expongo como teoría una exacta conclusión:
los poetas escriben porque tienen talento,
yo lo hago porque me da la gana.


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